sábado, 23 de octubre de 2010

Aventuras Animadas en la Feria del Libro

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Anoche estuve en la Feria del Libro de Baruta con dos colegas de Letras a Litros, Corresponsal de Paraguachí y Chica Punk Smart. En líneas generales, estuvo bastante bien. Había dos o tres puestos dedicados exclusivamente a novelas gráficas (que es un campo al que le estoy entrando durísimo últimamente), pero no tenían demasiada variedad y lo poco que tenían, yo ya lo tengo; esa parte fue chimba, porque quería llevar algo nuevo. Conversé de Sin City con un pana que estaba en la movida y como dos horas después, Chica Punk Smart me dijo que ese era Torrealba, uno de los artistas de cómic de más peso en el país. Un tipo agradable, en realidad (y distinto al Torrealba que conocí en el Comic-Con. Go figure).

En cuanto a literatura, que es lo que nos interesa, había variedad, con preeminencia de hispanoamericanos y, una cosa que noté con desagrado (y no es culpa realmente de la feria, sino… ¿del mercado? No sé), es el poco material actual que había, a nivel vanguardista mundial. Yo sé que lo último que ha estado saliendo toma unos meses para traducirse al español y llegar a nuestras tierras (así que nada de Imperial Bedrooms para mí -por ahora-, aunque los derechos en español se compraron; Dormitorios Imperiales), pero realmente no conseguí nada de lo que ha estado pegando a nivel global. Pero como es un asunto complicado, por lo que estaba diciendo de la traducción y los derechos y todo ese asunto, no me voy a quejar como usualmente hago -y sí había material reciente hispanoamericano. Mis contactos en el bisnezz me dicen que lo de los dólares de cadivi juega un papel importante en esto de la importación de material reciente, así que ahí dejo esa parte del cuento, abielta a intelpretación, beibi.

Llevé varios libros y, ya que estaba ahí, pasé por Tecniciencias y compré The Historian, de Elizabeth Kostova, pa’ tripearme mi dosis de modernismo y ver qué ej lo que ej con la sensación que ha causado ese libro. En un puesto de libros usados tenías dos versiones de La Casa Rusia, de John LeCarré: uno en tapa dura que costaba el doble de la edición de bolsillo que terminé llevando. El vendedor, un chamo con el cutis de Richard Speck, me dijo que “eso ej lo mijmo, chamo, total, uno lo va a leé y dejpuéj lo guardaj y no lo vej máj nunca.”

Lo que tú digas, chamo. Cóbrame rápido.

Los puestos de libros usados eran los más interesantes, porque tenían material bien diverso a precios solidarios (Matadero Cinco, de Vonnegut fue una perla que jamás había visto person to person), así que buena parte de lo que compré vino de esos stands. Siempre lo he dicho: hay un lugar en el cielo para la gente que vende sus libros usados. Yo no vendo los míos porque son mis putos libros y porque no me importa no ir al cielo, no soy un carajo religioso.

Un detalle interesante fue cuando conseguí 2666, que es una de las frustraciones de mi vida, y la vendedora me lo quiso clavar por 500 lucas, que es un precio que no-estoy-dispuesto a pagar; Corresponsal de Paraguachí me contó de cómo en Bdl lo venden que si a 250, 300 lucas y, en Amazon, lo tienen en $10. Me recordó la vez que compré Duma Key, de Steve King, como por $8 en el norte y aquí cuesta como 400, 500 lucas. De manera que entre eso y el apoyo moral de Corresponsal, no compré 2666.  También pasamos por un puesto donde dos señoras recibían burda de atención y Chica Punk Smart me explicó que una de ellas es una de las novelistas más palas de este país, pero su nombre se me escapa; no puedo con mi pitiyankismo.

Terminamos la noche con unas cervecitas felices al ritmo de Foo Fighters en Boo Café (¿por qué se llama así si ni siquiera venden café?), con Cantautor Folklórico y un pana que llevó (después llegó la novia de Corresponsal).

Por cierto que la semana que viene se estrena The Walking Dead.
No lo pelo.
 

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